Día de Navidad. Yo estaba rendida de toda la semana, de los acontecimientos, del no parar. Además estoy con un resfriado que no puedo con él. Me duele todo el cuerpo. Todavía arrastro las dos horas y media del miércoles con Berta en los brazos. Las malas posturas no son buenas.
Por suerte, como cada día, me subo en la báscula y peso 60,8 kg, lo mismo que pesaba ayer. He sobrevivido a las comilonas del día 24 sin alterar ni un gramo mi peso. Ya he adelgazado 15 kg desde el 15 de Julio y 25 kg desde que parí a Berta. No está mal. Estoy en el camino.
Recogemos un poco la casa. Me acuerdo que finalmente no he comprado el regalo de amigo invisible de mi amiga C. Salgo a comprar al Opencor que en estos casos siempre me saca del apuro. Pero hoy es Navidad y justamente hoy es el único día que está cerrado en todo el año. Por suerte, cuando paso con el coche veo de reojo que la papelería está abierta porque venden prensa y tienen libros. Mi salvación. Entro y después de mirar y mirar sin saber que comprar le pregunto al dueño (que es un papa del cole) que libro me aconseja y el primero que me saca se titula: Maldito Karma. Me viene al pelo. Seguramente lo he atraído a mi vida. Me enseña otros títulos, pero decido que este es el afortunado.
Me vuelvo para casa y le tomo el relevo a Jordi con el aspirador. Y cuando aún no he acabado empieza a llegar gente. ¡Qué horror! Y más gente. Se acabó el aspirador.
Llega la suegra de mi cuñada Esther. Me mira de arriba a abajo y me dice:
- Hombre Mari (odio que me llamen Mari), felicidades, enhorabuena, huy que bien te has quedado!!! - menos mal, esta señora es un encanto. Lo es de verdad.
Yo - Sí. Se hace lo que se puede.
Mientras va llegando más gente. Hasta que estábamos los 22 que nos reuníamos a comer.
Yo cada vez estoy más cansada. Llega un momento que ya no puedo más. Después de pegarnos la gran comilona, me meto en la cocina a fregotear ollas y meter los platos en el labavajillas.
Hacemos el amigo invisible. Berta se quedó dormida en la mesa y la pusimos a dormir en la cama. Júlia es la encargada de repartir los regalos del amigo invisible.
Este año yo fui la última en coger el papel y como no podía cambiarlo con nadie porque todo el mundo ya había cogido el suyo, me tocó el mío mismo. Menos mal. Porque saben que odio las figuritas y casi cada año me regalan una de bazar chino. Y este año no. Este año mi amigo invisible ha sido un libro: El
Poder de Rhonda Byrne, la escritora del El Secreto.
Antes de empezar con el amigo invisible, se presentó mi madre diciendo que venía a comer. Se quedó con todo el mundo porque se lo creyeron. Como en casa de mi hermano eran muy pocos y se pusieron a ver Harry Potter, mi madre pensó que venir a mi casa y así felicitar las fiestas a todos era lo mejor. Y me sentí fatal, porque si hubiera sabido que vendría le habría comprado alguna cosilla. Para el año que viene lo tendré en cuenta.
Después del amigo invisible nos pusimos a jugar al UNO. Pero éramos ciento y la madre en una mesa enorme por lo menos éramos quince jugando y era un descontrol, porque entre los que estábamos sentados en las puntas que no veíamos un pimiento y el que intentaba hacer trampas o imponer sus normas era un cachondeo. Hubo un momento de la partida, en que a mí se me empezaba a ir la cabeza. Y eso que no bebí nada, solo dos copas de cava rosado que trajo mi amiga C.
Julieta se puso a jugar al Parchís con el sector joven (las consuegras de mi suegra) y con las estrictas reglas de la suegra de mi cuñada Rosana, que para el juego es infalible; decía que se empezaba a jugar con todas las fichas dentro de casa y yo le dije que empezaran con una fuera, ya que si no le salía un cinco a Júlieta podría aburrirse y ella tozuda que no. Tres veces coloqué la ficha en la casilla de salida y ella tres veces que la metió en casa. Menos mal que a la pobre Júlia le salieron muchos cincos y cada vez que le salía uno venía corriendo a decirme:
J - Mama! M'ha sortit un cinc!
Yo - Molt bé carinyo!
Hizo como seis viajes desde su silla hasta la mesa donde yo estaba jugando al UNO.
Al final, cerca de las diez de la noche empezaron a desfilar y por fin de nuevo reinaba la paz y el silencio en mi casa. En mi casa llena de botellas de cristal vacías y medio llenas, de papel de envoltorios de regalos, de polvorones, de turrones, de bombones, de chocolates, de galletas, de restos de vasos de plástico que salían hasta de detrás de los sofás, de migajas de neulas pisoteadas, de vasos de cubatas, de un pestazo descomunal a caldo de Navidad con pelota y "carn d'olla" con galets... Navidad, dulce Navidad.
Acostamos a Júlia al mismo tiempo que Berta se levantaba de la siesta. Estaba agotada. Se tomó un vaso de leche con Cola - Cao y la pudimos volver a acostar y durmió toda la noche.
Jordi se sentó un momento en el sofá y se quedó kao. Calló fulminante. Se durmió. Yo entré en la cocina y estaba hecha unos zorros. La mesa con el mantel de papel con motivos navideños y llena de un montón de cosas. El suelo estaba asqueroso. En el mármol no cabía ni un alfiler. Empecé a recoger un poco, me dije que sólo recogería la mesa, pero al final me lié, me lié y la recogí entera hasta barrer y fregar el suelo. Cuando por fin acabé, ya eran las doce de la noche. Estaba agotada. Me hice un vaso de leche y me fui a dormir. Ya no podía más.
Hacemos el amigo invisible. Berta se quedó dormida en la mesa y la pusimos a dormir en la cama. Júlia es la encargada de repartir los regalos del amigo invisible.
Este año yo fui la última en coger el papel y como no podía cambiarlo con nadie porque todo el mundo ya había cogido el suyo, me tocó el mío mismo. Menos mal. Porque saben que odio las figuritas y casi cada año me regalan una de bazar chino. Y este año no. Este año mi amigo invisible ha sido un libro: El
Poder de Rhonda Byrne, la escritora del El Secreto.
Antes de empezar con el amigo invisible, se presentó mi madre diciendo que venía a comer. Se quedó con todo el mundo porque se lo creyeron. Como en casa de mi hermano eran muy pocos y se pusieron a ver Harry Potter, mi madre pensó que venir a mi casa y así felicitar las fiestas a todos era lo mejor. Y me sentí fatal, porque si hubiera sabido que vendría le habría comprado alguna cosilla. Para el año que viene lo tendré en cuenta.
Después del amigo invisible nos pusimos a jugar al UNO. Pero éramos ciento y la madre en una mesa enorme por lo menos éramos quince jugando y era un descontrol, porque entre los que estábamos sentados en las puntas que no veíamos un pimiento y el que intentaba hacer trampas o imponer sus normas era un cachondeo. Hubo un momento de la partida, en que a mí se me empezaba a ir la cabeza. Y eso que no bebí nada, solo dos copas de cava rosado que trajo mi amiga C.
Julieta se puso a jugar al Parchís con el sector joven (las consuegras de mi suegra) y con las estrictas reglas de la suegra de mi cuñada Rosana, que para el juego es infalible; decía que se empezaba a jugar con todas las fichas dentro de casa y yo le dije que empezaran con una fuera, ya que si no le salía un cinco a Júlieta podría aburrirse y ella tozuda que no. Tres veces coloqué la ficha en la casilla de salida y ella tres veces que la metió en casa. Menos mal que a la pobre Júlia le salieron muchos cincos y cada vez que le salía uno venía corriendo a decirme:
J - Mama! M'ha sortit un cinc!
Yo - Molt bé carinyo!
Hizo como seis viajes desde su silla hasta la mesa donde yo estaba jugando al UNO.
Al final, cerca de las diez de la noche empezaron a desfilar y por fin de nuevo reinaba la paz y el silencio en mi casa. En mi casa llena de botellas de cristal vacías y medio llenas, de papel de envoltorios de regalos, de polvorones, de turrones, de bombones, de chocolates, de galletas, de restos de vasos de plástico que salían hasta de detrás de los sofás, de migajas de neulas pisoteadas, de vasos de cubatas, de un pestazo descomunal a caldo de Navidad con pelota y "carn d'olla" con galets... Navidad, dulce Navidad.
Acostamos a Júlia al mismo tiempo que Berta se levantaba de la siesta. Estaba agotada. Se tomó un vaso de leche con Cola - Cao y la pudimos volver a acostar y durmió toda la noche.
Jordi se sentó un momento en el sofá y se quedó kao. Calló fulminante. Se durmió. Yo entré en la cocina y estaba hecha unos zorros. La mesa con el mantel de papel con motivos navideños y llena de un montón de cosas. El suelo estaba asqueroso. En el mármol no cabía ni un alfiler. Empecé a recoger un poco, me dije que sólo recogería la mesa, pero al final me lié, me lié y la recogí entera hasta barrer y fregar el suelo. Cuando por fin acabé, ya eran las doce de la noche. Estaba agotada. Me hice un vaso de leche y me fui a dormir. Ya no podía más.
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